Después
de la tragedia.
—Gerald...
Hoy ese era
de aquellos días en las que pocas veces se le podía ver públicamente a Lina,
con un sentimiento de nostalgia profundizado en su bello y desolado rostro,
ahogada en sus pensamientos, sentimientos y recuerdos; un simple fragmento
destrozado de su ser de los muchos que habitaban dentro de ella.
—¿Crees que
la "justicia" es una justificación para mi veng--...
Tragó
nerviosamente saliva, dejando su frase incompleta. Gerald, ¿quién era él...?
Aquél muchacho veinteañero, de cabellos de oro y bellamente ondulados, ojos
celestes y una tez tan blanca como la de Lina y líder de la caballería real, se
acercó a la jovencita a sus espaldas, posando sus manos a las laderas del
respaldo donde la castaña se mantenía, melancólica, frente a su taza de té.
—Se te está
enfriando.
Le recordó el
joven rubio en un susurro y con una sonrisa bailarina.
—...Ya no
quiero...
Respondió
Lina.
—¿Eh? No seas
caprichosa. Solo por tener un cargo extremadamente importante... eh... el más
importante, quiero decir... no quiere decir que puedes desperdiciar la comida.
Insistió el
ojiazul, con aspecto despreocupado como era su costumbre, aunque, en realidad,
trataba de recuperar el ánimo de Lina antes de que sus amatistas se nublaran.
Conocía ese rostro, esa tristeza que se había clavado en su pecho, esos
sentimientos... le frustraba no ser de ayuda. El chico, colocó su barbilla
sobre los cabellos acaramelados de la jovencita, sonriendo, solo para ella.
—No... no es
eso... quiero terminar con todo esto... sin seguir lamentándome más...
Mencionó con
un tono de amargura la joven reina. El tipo de lágrimas saladas, dolorosas...
de esas que reflejaban su pérdida y su desahogo.
— ...pero...
es tan difícil...
Finalmente a
la muchachita se le quebró la voz y aquellas gotas criminales que no le
permitían descansar, hicieron su aparición, rodando lentamente sobre sus
mejillas. A decir verdad, era una escena bastante bonita, quizá por la
delicadeza de las facciones de Lina y claro, sería una escena perfecta de no
ser por el mal rato.
Se
encontraban en el balcón principal del palacio; el mármol inundaba todo, un
sillón para el aire libre, la mesa elegante de cristal y decoraciones de
platino donde las personas que habitaban el palacio tomaban el té y, a la
lejanía, cualquiera podía maravillarse con los tremendos jardines de hectáreas
y hectáreas, caballos de melenas brillosas, la abundancia de árboles, las
fuentes que daban la bienvenida en el umbral principal.
No obstante,
toda aquella lujosa vida y bien acomodada, no era suficiente para ella. Jamás
lo sería, estaba condenada a vivir el infierno de belleza inmortal al que la
mayoría temen; sus propias llamas la quemaban por dentro.
Incluso, ya
se decía el rumor en otras galaxias, por reinos, nobles, sus ciudadanos e
incluso ermitaños, que, en el noroeste del universo, donde las más alucinantes
y fantásticas nebulosas se formaban, pasando la estrella más grande que iba al
compás gravitacional de la zona, se encontraba un sistema, el cual, parecía que
los millones de dioses habían sonreído para brindarle fuerza, poder y
fructuoso. Un planeta llamado Drunai, donde habitaba una joven, hermosa y
gentil reina, la llenaba una soledad implacable. Decían, también los rumores,
que después de la muerte del rey de dicho planeta, la reina de ojos amatistas
había renunciado al trono, dejando este libre para la línea real posterior de
la actual, es decir, el siguiente sucesor, el tercer príncipe de la familia. En
realidad, nadie podía confirmarlo con seguridad, por lo menos, los planetas más
lejanos a Drunai.
El contrario
no agregó más palabras, no tenía ni la más mínima idea de cómo aliviar la
penumbra del que se estaba convirtiendo con una tenebrosa lentitud, un frívolo
corazón... un corazón perteneciente a su prima.
A él, le
calaba ver como su propio rostro iba creciendo, transformándose al paso de los
años y ella, parecía estar atrapada en el flujo del tiempo, ¿quién estaría para
su bella y solitaria reina y familiar cuando él muriese? La pregunta lo
deprimía y lo sumergía en ira.
—Vamos,
anímate, Lina~ ...tu maquillaje se arruinará y todavía tienes que asistir a una
reunión con la primera ministra del sistema vecino.
Gerald pausó
unos instantes, arrepintiéndose de sus palabras al instante. Sin apresurarse,
continúo al mismo tiempo que rodeaba a Lina con sus brazos, aún por encima del
respaldo.
—Discúlpame. Me precipité.
El mayor
acercó su rostro al de su prima, quedándose a un lado, junto a su pómulo.
—...Llora lo
que tengas que llorar, ¿de acuerdo?. Permite salir todo ese dolor, porque si no
lo haces, a la única que le afectará negativamente, es a ti y tu corazón lo
debilitarás. Nadie dijo que es fácil... perder a alguien, mucho menos si se
trata de tu alma gemela... así que... no te retengas. Si me necesitas, aquí
estoy, ¿mmh~? Y no solo yo, también está Sheiyn y el pequeño y travieso Ryuma.
Animó el
chico, pasándole, como el caballero que se había convertido bajo la tutela de
su madre, la tía de Lina, un pañuelo.
—...Te lo
agradezco... sin embargo, ya lo sabes... ya no soy la reina, Gerald...
La muchachita
aceptó su atención, permitiéndose a sí misma dejarse llevar por una mínima pero
auténtica sonrisa. Las palabras de Gerald eran reconfortantes y de cierta
manera, la aliviaban. Era suficiente. Limpió, de poco a poco, y con suaves
toques sus mejillas y el contorno de sus perfilados ojos; ante todo la
elegancia, por supuesto.
—¿Huuh~? ¿Qué
dices? Pero si eso solo son palabras llevadas por el viento. Sigues teniendo
mucha influencia y la corona. Qué pensamientos tan irresponsables, Lina...~~
Lina levantó
ligeramente la cabeza, dandole una mirada recelosa al rubio.
—Mooh...
pareces mi papá...
Repeló la
muchachita, lo que hizo que Gerald abriera de más los ojos y soltará una risilla.
—¿Uh? No era
mi intención~~ quiero decir... la familia real te aprecia muchísimo y es
extraño que depositen su plena confianza en alguien. Sobre todo a la que fue la
reina antes de Yale y Silver.
El ojiazul
hablaba de la madre de los gemelos de cabellos platinados, quien aún vivía. "Nadie
se merece ver como mueren sus hijos", pensó la castaña en ese momento.
Seguramente, aquella mujer la estaba pasando igual de mal que ella.
—Igual los
ciudadanos siempre han visto una figura de líder y protectora en ti. No digas
esas cosas otra vez, como si fueras dispensable en cualquier momento.
Ella, no
podía contradecirle, tenía razón, aunque... quizá, aún tardaría en superar su
perdida. Era afortunada de estar rodeada por gente amable, siempre
preocupándose por ella y procurándola aún si no era La Reina de Drunai. Los
atesoraría y cuidaría hasta que el tiempo se lo permitiera.
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