Una llegada inesperada y
probablemente, indeseable.
Esos
penetrantes ojos amatistas, claros y llenos de incertidumbres, se movían de un
lado a otro, analizando y leyendo los datos que proyectaba la enorme pantalla
principal del laboratorio. No había estado de acuerdo desde el comienzo, puesto
que al cabo de un rato, sin despegar sus orbes de las letras que en conjunto
montaban una gran cantidad de información, no había dejando de fruncir el ceño.
Un suspiro
que mostraba su pesadez en su aliento, salió lentamente y finalmente, optó por
posponer otra discusión con el grupo de científicos, especialistas en genética,
para más tarde. Ese proyecto no debía de ser, ¿qué demonios? ¿no podían haber
escogido otra persona o más bien, otra apariencia para agarrar como conejillo
de indias? Sintió una punzada en el pecho y las lágrimas amenazaron con
mostrarse. Agradecía que la luz del laboratorio estuviera apagada a excepción
de algunas luces tenues que provenían de las maquinas en constante actividad.
Parpadeó con
suavidad. Oh, dulce y cruel destino, la pérdida de su adorable tesoro aún la
afectaba. Aquel hermoso rostro sonriente atravesó su mente y las yemas de sus
dedos sentían un extraño picor; deseaba que esa imagen se hiciera real,
tangible, tocarle de nuevo se trataba de su anhelo secreto.
La pantalla
mostraba una figura desnuda, la figura de un niño; cabellera y pestañas
abundantes y albinas, tez blanca, pequeños labios color carmín pálido y bien
esculpidos, nariz delicada, pómulos ligeramente sonrosados. Aquel menor aún
mantenía sus parpados cerrados, sin embargo, Lina daba por hecho que sus orbes
serían genuinos rubíes de un carmesí que a cualquiera le haría estremecer. Por
el amor de todas las estrellas... juraba que lo que miraba era el prototipo más
cercano a su tesoro en un chiquillo de ocho años aproximadamente, aunque... le
era inevitable pensar que se trataba de un muñequito de porcelana a escala real
de una persona.
Por una
parte, se sentía feliz, ansiosa, su corazón latía en un compás armonioso y sus
pupilas se dilataban por el agrado que aquel niño la hacía sentir, pero por
otro, sabía que estaba mal, debía de dejar ir a su amor, superar su pérdida y
no dejarse llevar por esos sentimientos que hasta cierto punto, parecían
indomables, como un caballo salvaje. ¿Qué camino tomar? ¿Qué decisión podía ser
la más correcta? Estaba llena de dudas.
Con que un
pequeñajo biónico, ¿huh?. Bajó la mirada y observó fijamente las teclas y el
montón de mandos que descansaban en un escritorio grande en forma de
"L", mientras una media sonrisa sardónica se empeñaba por falsificar
sus verdaderas emociones de nostalgia en su rostro.
El cuerpo
físico de aquel niño se suponía que se encontraba formándose, desarrollándose y
conectado a unas mangueras y quien sabe cuántos cables dentro de un tanque
lleno de un líquido azul viscoso y a una temperatura un poco más cálida que la
del ambiente. No se atrevía a visitarlo y no lo haría. Algo le causaba ruido en
ello. Tampoco tenía idea de lo que pasaría de ahora en adelante y ello le
frustraba porque, en realidad no era como si no pudiera sacar suposiciones o
conclusiones para un futuro, sino que más bien, pensar en ello la agotaba y la
asustaba.
Ese menor no
sería Yale. Jamás. Es más, ni siquiera sería una forma de vida natural. Tsk.
Echó su espalda sin sobre el respaldo de la silla. Los aparatos que trabajaban
en automático se daban a la tarea de romper el silencio y ello, la consolaba de
alguna forma. Sus orbes, casi por instinto regresaron a la pantalla y acto
seguido, sus párpados cayeron sin prisa alguna, obligándola a caer rápidamente
en un maquiavélico y confuso sueño. Cuando amaneciera, a primera hora los
primeros trabajadores que llegaran a la planta o el laboratorio seguro que la
despertarían y ella, tendría que despejarse para centrarse en sus obligaciones
de nuevo, pero mientras... mientras... solo quería perderse y sumirse en ese
extraño sueño que al despertar, no recordaría.
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